viernes, 19 de agosto de 2011

El final del verano

Cierto, el verano aún no ha acabado, he titulado esta entrada así en honor a una canción del Dúo Dinámico. Hoy por fin he conseguido encontrar un mp3 de fácil manejo para mi madre, y cargándole la música que me había dicho, me he encontrado con esa canción. Os pongo un link para los que no la conozcáis.



Me encanta la canción por varias razones: me recuerda a las veces en que he ido con mis padres en el coche escuchándola, me recuerda a mi Cádiz querida, a mi historia de verano que ya os conté...y ahora me recuerda a otra cosa más que me ha ocurrido hace apenas un mes.

Éste año por fin hemos podido alinear los astros (y lo que es más importante, los días de vacaciones) cinco amigas, o sea, cuatro miembros imprescindibles de mi famosa "red de seguridad" y yo. El destino elegido: Ancona, la costa adriática italiana. ¿Por qué? Porque allí vuela Ryanair...y porque Italia, como todo el mundo sabe, mola mogollón. Allí nos fuimos las cinco a un apartamento pequeñito pero muy acogedor e ideal para nosotras, que íbamos buscando sólo playa, sol, pasta y reirnos a todas horas de todo lo que nos ocurriese.

Éso es lo que íbamos buscando, y éso es lo que encontramos, además de mil cosas más: descubrimos los cozzes (o mejillones), algo típico de la zona, buenísimos, descubrimos que habíamos elegido los únicos 100 kilómetros en toda la costa italiana que tenía playas de piedra (hemos vuelto con pies de hobbit), comprobamos que los españoles somos bastante más escandalosos que los italianos, y bueno...nos pasaron miles de cosas más. Cosas que no paro de recordar, que me hacen sonreír en mitad de la oficina, que me hacen sentir que han sido las mejores vacaciones de mi vida.

Pero además de homenajear a mis cuatro amigas y el pedazo de viaje que nos organizamos, tengo que hablar de la parte amorosa del viaje...que sí, ¡que hasta de eso hemos tenido! Aquí va:

Al tercer día de estar en Italia se nos ocurrió ir a una playa a la que sólo se puede acceder en barco. Esperanzadas íbamos de encontrar una playa de arena, ilusas nosotras, para comprobar que no, que era de piedra como todas en esa zona, y que tampoco estaba el supuesto chiringuito que una de mis amigas tanto insistía en que tenía que haber por ley...En fin, que llegamos por la mañana y teníamos que quedarnos allí hasta varias horas después que nos recogería el barco de vuelta. La verdad es que creo que todas estaban encantadas menos yo, que me sentía encerrada en esa playa minúscula sin salida, sin cobertura y con las dichosas piedras clavándose hasta la médula. Y para colmo, no había chicos para alegrarse la vista...en fin, pues nada, a tumbarse y a tostarse, que al fin y al cabo es a lo que habíamos ido allí.

Pero a veces el destino gira y te da un capón para recordarte que él sabe más que tú y que hace las cosas por algo.

Llevábamos allí bastante tiempo cuado giré la cabeza y me encontré con que habían llegado dos chicos y se habían puesto a nuestro lado, como caídos del cielo. Uno me miraba. No estaba mal. ¿Sería gay? Todos los italianos lo parecen a veces, y allí solo con otro chico...pero si es gay, ¿por qué mira tanto? Me voy a meter en el agua, voy a salir...anda, me sigue mirando. Pues es bastante mono...me voy a soltar el pelo a ver...a ver..."Perdona, ¿de dónde sois?" Me dice en perfecto español.

Así empezó la historia con este italiano con nombre de rey inglés que hablaba el español estupendamente. De pronto la playa ya no me parecía tan aburrida,  todo lo contrario. Se me sentó al lado y empezamos a hablar, luego dimos un paseo bajo la mirada burlona de mis amigas, que habían estado aguantando las pobres mis continuas quejas para ver que mi malestar se disipaba igual de pronto que había llegado (las pobres, como las quiero). El caso es que estuvimos charlando hasta que vino el barco que a nosotras nos llevaba de vuelta al puerto, y quedamos esa noche para ir a cenar todos: mis amigas, su amigo, él y yo, a un sitio que él conocía. Tenía los ojos verdes, cuerpo atlético y dos hoyuelos picarones al sonreir. Además le encantaba hablar y contar cosas sobre él, pero interesándose al mismo tiempo por la persona con la que hablaba. Veraneaba allí porque su familia era de la zona, así que se la conocía bien.



En la cena lo pasamos fenomenal todos, nos reímos a carcajada limpia todo el tiempo rodeados de montones de comida exquisita típica de la zona. Su amigo resultó ser un chico encantador, y bastante guapo también, que nos enamoró a todas al momento...aunque a mí algo menos que mi chico de los hoyuelos, con el que de vez en cuando cruzaba miradas de complicidad. A veces me paraba y miraba la mesa...me sentía dentro de una comedia romántica, realmente fue una noche genial; a mí me preocupaba que mis amigas se aburrieran o se sintieran obligadas por mí, pero creo que ellas lo pasaron hasta mejor que yo.

Después de la cena nos fuimos de marcha, y ahí ya fue cuando él y yo nos desmarcamos de los demás. Me hacía reir, me contó muchas cosas íntimas de su vida, cosas que otros chicos no te dicen. Me decía que quería ser "transparente" conmigo. Y bueno...besaba como los ángeles. 

Durante los tres días siguientes hubo de todo menos aburriemiento: risas, pasión, conversaciones ligeras, conversaciones serias, confidencias y complicidad; hasta los silencios con él eran cómodos. Con él he descubierto algo que hasta ahora no sabía de mí, y es que me encanta estar con chicos muy confiados, son el tipo de hombre con el que estoy bien. Al ser confiados son sinceros, me dicen las cosas como son; me hacen sentir segura porque sé que lo que veo es lo que hay. Parece una tontería, pero para mí no lo es, gracias a él he dado un paso adelante en descubrir otro rasgo del hombre que me gusta. Habrá quien piense que este tipo de chico es prepotente o demasiado chulo, pero ése desde luego no es mi sentir.

¿Le volveré a ver en el futuro? Pues no lo sé, probablemente no, pero ya dije que los amores de verano están para eso: para el verano. Yo me he quedado con el buen sabor de boca que me ha dejado y con el recuerdo de sentirle acariciándome el pelo mirándome a los ojos.

Y bueno, no fui la única que tuvo amor en ese viaje, su amigo también...¡con mis cuatro amigas! Las cuatro estaba loquitas por él, y él por ellas, acabaron llevándose fenomenal, y con una especialmente mejor que con las otras...eso ya será tema de otra entrada.

Estoy muy agradecida a mis amigas por este viaje, ha sido perfecto en todos los sentidos. Espero que ellas piensen igual, y espero que podamos repetirlo de aquí en adelante siempre que tengamos oportunidad. Durante esa semana con ellas he aprendido a quererlas y necesitarlas aún más que antes, he aprendido que varios puntos de vista son totalmente conciliables. Y he confirmado dos de mis teorías: una es que un par de miradas en el momento adecuado pueden hacerte conseguir lo que quieras, y la otra es que...¡Italia mola mogollón!